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¿De qué está hecha la materia?
¿Cuáles son sus constituyentes últimos? Esta
pregunta ha estado siempre presente a lo largo de la historia y
el concepto de constituyente elemental ha ido evolucionando en paralelo
al desarrollo del conocimiento científico. En la cultura
griega, a partir de Empédocles, la respuesta eran los cuatro
elementos básicos: aire, agua, tierra y fuego. Veinticinco
años después, Dimitri Mendeliev estableció
la tabla periódica, una clasificación de todos los
elementos químicos (más de 100 en la actualidad) en
familias que tienen las mismas propiedades. El modelo griego es
conceptualmente superior por su simplicidad, pero es erróneo,
ya que no explica las propiedades de la materia. La clasificación
de la tabla periódica es correcta y es la base de la química,
pero tiene un número demasiado elevado de constituyentes
elementales para poder ser considerada como la explicación
fundamental del mundo físico.
El desarrollo posterior de la física atómica,
molecular y nuclear nos ha permitido comprender que las regularidades
de la tabla periódica son debidas a la existencia de una
subestructura más simple. Los átomos son nubes de
electrones con carga eléctrica negativa orbitando alrededor
de un núcleo con una carga eléctrica igual pero positiva;
a su vez, el núcleo está formado por protones y neutrones,
ambos denominados nucleones. Los neutrones, con propiedades parecidas
a las del protón, pero sin carga eléctrica, estabilizan
los núcleos pesados, porque contribuyen a la atracción
fuerte entre los nucleones sin incrementar la repulsión electromagnética.
Los diferentes elementos químicos corresponden a átomos
con un número diferente de electrones. Los isótopos
químicos son átomos con idénticas propiedades
químicas (número Z de electrones y protones), pero
con un número diferente de neutrones en el núcleo
y por tanto con masas diferentes. La interacción electromagnética
entre los electrones y los núcleos atómicos, regida
por las leyes de la mecánica cuántica, es, pues, responsable
de la estructura atómica y por tanto de todas las propiedades
químicas, biológicas, etc., es decir, del entorno
macroscópico que nos rodea.
Tenemos, pues, una explicación extremadamente
simple y rigurosa de la materia, en términos de tan solo
tres partículas elementales, electrón, protón
y neutrón, y dos interacciones básicas, electromagnética
y fuerte (la gravedad es despreciable en el terreno microscópico).
Esta descripción representa uno de los progresos conceptuales
más importantes del conocimiento científico, pero
es incompleta, como ahora veremos.
En 1928 P. A. M. Dirac demostró teóricamente
que la combinación de los principios de la mecánica
cuántica y la teoría de la relatividad especial implicaba
necesariamente la existencia de la antimateria: toda partícula
debe tener la correspondiente antipartícula con idénticas
propiedades, pero con la carga opuesta. Cuatro años más
tarde se descubría el positrón (el antielectrón)
en los rayos cósmicos que caen sobre la Tierra. El descubrimiento
del antiprotón y del antineutrón no llegaría
hasta los años cincuenta, cuando los primeros aceleradores
de partículas fueron capaces de producirlos.
Desde los primeros estudios de la radiactividad natural,
los científicos se habían topado con un problema aparentemente
irresoluble dentro del marco teórico conocido. Algunos núcleos
son capaces de transmutarse en un núcleo diferente, cambiando
la carga nuclear en una unidad, emitiendo radiación ß
(que consiste en un electrón o en un positrón). Este
fenómeno corresponde a una transmutación, dentro del
núcleo, entre los dos tipos de nucleón, es decir un
neutrón se desintegra en un protón y un electrón
o un protón se transforma en un neutrón y un positrón.
Hay por tanto una fuerza adicional de muy baja intensidad, denominada
interacción débil, que es capaz de cambiar la interacción
de los nucleones. El problema es que en este proceso de transmutación
siempre desaparece energía, en contradicción con el
principio de conservación más firme de la ciencia.
En 1930, W. Pauli inventó una solución
estrambótica: en la desintegración ß se produce
una tercera partícula, el neutrino, que se escapa con la
energía que falta. El neutrino no tiene ni carga eléctrica,
ni interacción fuerte y por tanto es una especie de fantasma
indetectable. Como tiene solamente interacción débil,
un neutrino es capaz de atravesar una nube de hidrógeno tan
grande como el universo sin topar con un solo átomo. De hecho
Pauli pensaba que nadie sería capaz de detectar nunca un
neutrino. Y se equivocó.
La primera observación de un antineutrino
se hizo en los años cincuenta, colocando un detector en una
barraca al lado de un reactor nuclear que producía un gran
número de neutrones. Como los neutrones se desintegran, del
reactor se escapaban 1013 antineutrinos por segundo y cm2, de los
cuales solamente se pudo observar en el detector las señales
(interacciones) de unas decenas. También el Sol es una fuente
muy intensa de neutrinos, a causa de las reacciones nucleares originadas
en su seno. Cada segundo 1012 neutrinos solares atraviesan nuestro
cuerpo sin que nuestras células noten, afortunadamente, su
presencia. También de noche nos llegan ¡atravesando
la Tierra! La detección de estos neutrinos nos permite estudiar
el interior del Sol y sus mecanismos de funcionamiento.
Cuatro partículas (neutrino, electrón,
protón y neutrón) y sus correspondientes antipartículas
parecen, pues, suficientes para describir nuestro mundo. Sin embargo,
hay otro nivel de subestructura dentro de los nucleones. El protón
y el neutrón pertenecen a una numerosa familia de partículas
con interacciones fuertes, denominadas hadrones. Primero
se descubrieron los piones en los rayos cósmicos y después
los aceleradores comenzaron a producir un gran número de
nuevas partículas, todas ellas inestables, que se desintegran
rápidamente. Los hadrones no son elementales: se componen
de unas entidades más pequeñas: los quarks. Las fuerzas
que unen los quarks son tan intensas que están siempre confinados
dentro de los hadrones, siguiendo unas reglas peculiares debidas
a la dinámica de la interacción fuerte. Los hadrones
corresponden a estructuras formadas por tres quarks (bariones),
por tres antiquarks (antibariones) o por un quark y un antiquark
(mesones). Dentro de los nucleones descubrimos dos tipos de quarks,
denominados u (up) y d (down). Un protón
es un estado uud y un neutrón tiene la composición
udd. Así pues, los quarks tienen una carga eléctrica
fraccionaria: +2/3 el u y 1/3 el d. Las posibles
combinaciones de estos tipos de quarks y los respectivos antiquarks
originan una gran variedad de hadrones.
Finalmente tenemos una tabla de constituyentes elementales que,
como la de Empédocles, tiene solamente cuatro entidades básicas:
dos quarks (u y d) y dos leptones (neutrino
y electrón). La moderna teoría cuántica de
campos da una descripción rigurosa de su dinámica.
Las interacciones fuertes de los quarks son gobernadas por las leyes
de la cromodinámica cuántica, mientras que la teoría
unificada electrodébil describe correctamente las otras dos
interacciones. Es una descripción simple y poderosa, pero
de nuevo incompleta.
En los años cuarenta apareció en los
rayos cósmicos un primo del electrón: el muón.
En el 1975, en el acelerador de Stanford, se descubrió el
leptón tau. El muón y el tau son idénticos
al electrón, pero mucho más pesados (200 y 3.000 veces
más respectivamente). Son inestables y acaban transformándose
en electrones. Y por no quedarse sólo, también el
neutrino (electrónico) tiene dos primos: los neutrinos
muónico y tauónico (la primera observación
directa del neutrino tauónico se ha producido recientemente).
Los quarks también presentan una repetición similar.
Hay tres quarks diferentes con carga +2/3, u, c (charm)
y t (top), y tres con carga 1/3, d, s
(strange) y b (beauty). Las numerosas combinaciones
posibles de todos estos quarks dan lugar a centenares de partículas
hadrónicas: un verdadero zoológico de nuevas formas
de materia que es necesario investigar.
Por otro lado, las diferentes fuerzas tienen en sus
propios cuantos o unidades básicas de transmisión
de la interacción. La fuerza electromagnética es debida
al intercambio de fotones; los fotones forman la luz, las
ondas de radio y televisión, los rayos X, etc. La interacción
fuerte viene mediada por 8 gluones; como los fotones, son
cuantos sin masa ni carga eléctrica y dan lugar a interacciones
de largo alcance que viajan a la velocidad de la luz. La interacción
débil es de muy corto alcance y se produce por el intercambio
de 3 cuantos muy masivos, los bosones W±
y Zº, que han sido descubiertos e investigados en el CERN durante
los últimos diez años. Además, se piensa que
también la gravitación tiene su cuanto, naturalmente
llamado gravitón. Paradójicamente, la primera
interacción conocida, la gravitación, es ahora mismo
un gran problema. Se sabe que el fotón y los bosones W+
y Z0
están estrechamente relacionados por una simetría
que se rompe a bajas energías; en condiciones de mayor temperatura
las interacciones electromagnética y débil se confunden
y no son más que una sola interacción: la electrodébil.
Igualmente, a temperaturas todavía mayores habrá una
unificación de esta interacción con la interacción
fuerte, y hay teorías para describir esta unificación,
así como evidencias en este sentido. La unificación
con la gravedad, sin embargo, es más complicada tanto desde
el punto de vista teórico como experimental. Las temperaturas
para observar la hipotética unificación son enormes,
como las que existían al inicio del Big Bang. He aquí
otro aspecto interesante e insospechado hace unas decenas de años:
el mundo microscópico de los constituyentes elementales y
el mundo macroscópico del universo se encuentran cara a cara.
Por eso los
grandes aceleradores de partículas pueden dar una idea de
cómo se comportaba la materia en las condiciones que existían
justo después del Big Bang.
La física actual se encuentra en una situación
bastante parecida a la de la química en la segunda mitad
del siglo XIX. La tabla de constituyentes elementales de la materia
tiene ahora tres familias de objetos básicos, con dos quarks
y dos leptones cada una (más las correspondientes antipartículas),
que describen perfectamente todos los fenómenos conocidos.
La dinámica de las tres fuerzas involucra el intercambio
de doce cuantos adicionales. La nueva proliferación de entidades
elementales nos vuelve a plantear la misma pregunta: ¿existe
una subestructura más simple? Tampoco conocemos qué
dinámica determina las diferentes masas de los constituyentes.
La teoría actualmente aceptada predice la existencia de un
cuanto adicional, relacionado con la generación de escalas
de masas: el bosón de Higgs. El descubrimiento de esta partícula,
el último anillo del marco teórico conocido, será
el objetivo del nuevo acelerador LHC que ahora comienza a construirse
en el CERN. También desconocemos por qué existen tres
familias de constituyentes, pero parece que eso tiene alguna relación
con la práctica ausencia de antimateria en nuestro universo.
Pensamos que en los primeros 10-10 segundos después
del Big Bang se produjo una pequeña asimetría entre
materia y antimateria. La antimateria se habría aniquilado
con la materia, fenómeno que produjo radiación energética
(fotones y gluones), y el exceso de materia habría originado
nuestro universo tal y como lo observamos.
Antoni
Pich
IFIC, Centro Mixto CSIC Universitat de
València
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Los constituyentes elementales de la materia. |
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