CIENCIA = CULTURA

 

Analizaremos los efectos negativos de la falsa dicotomía que pone por un lado a la Ciencia y por otro a la Cultura tradicional: arte y humanidades. La vieja, pero por cierto no superada, teoría de las dos culturas que analizó C.P. Snow 1 en los 60 y cuya práctica tiene como consecuencia una pérdida sustancial para la sociedad en su conjunto.

 

La Ciencia de hoy genera y alimenta todas las tecnologías que son responsables de las transformaciones sociales, económicas y políticas. Está subyaciendo a prácticamente todos los haceres del hombre y por ello, aunque la gran mayoría de la sociedad no lo perciba, forma parte de la Cultura contemporánea.

 

 

Hasta hace unos cinco siglos la vida cotidiana era prácticamente idéntica en cualquier pueblo de la Tierra. Nadie disponía de agua corriente, ni de cloacas, ni de escuelas ni de comunicaciones. La medicina se basaba fundamentalmente en el uso de hierbas. Esto era así en París, Sevilla, Londres o México. La vida, realmente corta, era dura y difícil en todas partes. Los nobles quizá tenían algunas ventajas relativas, pero el bienestar que disponían ni remotamente se aproximaba al que poseemos hoy en casi cualquier país.

            Hace 500 años los europeos redescubrieron el pensamiento científico que había surgido en la Jonia clásica, cuando el hombre comenzó a buscar en la propia Naturaleza y no en los dioses, las causas de todos los fenómenos que observaba. Estas ideas se apagaron por mil años hasta el Renacimiento y a partir de allí Europa se entera, por los viejos textos presocráticos, que la Naturaleza podía entenderse a partir de causas naturales. Había regularidades registrables y no todo era capricho divino. Así comenzó la diferenciación entre Europa y el resto del mundo. Si bien en China se inventó la pólvora, no existía allí la Química capaz de explicar la explosión...

            A partir de ese momento la velocidad del progreso estuvo determinada por el conocimiento científico. Los pueblos que no lo adquirieron y desarrollaron, siguieron el ritmo de evolución de los diez mil años anteriores. Esos pueblos simplemente siguieron caminando en cuanto los otros comenzaron a correr... De esa manera terminaron marginados. Por el contrario, donde se afincó el conocimiento científico, éste se fue acumulando con velocidad creciente y se desbordó sobre la sociedad.

            El avance científico y la lucha contra la ignorancia sufrieron trabas desde la religión y la monarquía absoluta, pero las fuerzas sociales se fueron deshaciendo de los obstáculos. Libre entonces, el conocimiento científico comenzó a imponerse y produjo así la revolución industrial. Finalmente, en los últimos 100 años, el pensamiento científico aplicado produjo el automóvil, el avión, el ordenador y una avalancha de comodidades y entretenimientos no soñados, basados en el uso industrial del conocimiento del mundo subatómico: la electrónica. De la revolución industrial a la informática transcurrieron menos de 300 años. Antes de la Ciencia, en 300 años el mundo no cambiaba un ápice...          

Reinstalados con el análisis en nuestro tiempo, constatamos que la Ciencia ha pasado, durante la última mitad del siglo que acaba de terminar, por dos períodos bien definidos. En los 60 y 70 y sobre la base de los éxitos espectaculares del quehacer científico hasta allí, la Ciencia se transformó casi en una “religión universal”.  Se creó una ideología realmente negativa, imprescindible de separar del método científico, que hasta podría dársele el nombre de “cientismo”. A este cientismo adhirieron todos los países, fueran capitalistas o socialistas, desarrollados o subdesarrollados. A pesar de ello el método científico no percoló a la sociedad en su conjunto para constituirse en bien cultural. En ese momento, aunque parezca contradictorio y debido precisamente a la irracionalidad del planteo dogmático, se perdió la oportunidad de instalar en los ciudadanos el pensamiento científico con todas sus potencialidades. En efecto, cuando se pretende mal usar a la Ciencia para sustentar un dogmatismo, lo que se consigue es aplastar a la propia Ciencia. Este es un ejemplo que debió haber incluido George Steiner en “Nostalgia del Absoluto” 2, sus conferencias de 1974 sobre la aparición de doctrinas con función de nuevas mitologías, especie de religiones seculares que pretenden ofrecer soluciones a todos los grandes problemas. Mencionó allí al marxismo, al psicoanálisis, al estructuralismo, además de la “sabiduría” zen, la visita de extraterrestres y otros dogmas, pero olvidó al cientismo porque en cierto modo quedó atrapado en sus mallas.

El otro período, el actual ligado al fin del siglo y del milenio, está marcado por el postmodernismo y sus derivados. Nace la puesta en duda de todo y la falsa idea de que el conocimiento científico es materia opinable. El péndulo cruzó hasta el otro extremo del relativismo. La Ciencia como tal tampoco se constituye en el bien cultural que debiera.

Insistamos en que a pesar de todo, aún sin pensarlo, seguimos valiéndonos de los desarrollos tecnológicos, que son el fruto de esa Ciencia. Más vale que no nos falte la televisión y que a un número inmenso y fuertemente creciente, no nos priven de Internet, por favor!

La Ciencia, sin duda, ejemplifica el ideal del conocimiento. Las características propias del trabajo de la Ciencia proveen el control de sus propios útiles de pensamiento y la determinación de sus condiciones de validez. La estrategia científica enseña a aislar progresivamente ciertos sectores de la realidad y especificarlos cada vez más finamente. El pensamiento científico es tan preciso y articulado como para ofrecer contraejemplos, para servir de banco de prueba para ensayos y para dar testimonios de la fragilidad de conclusiones demasiado generales. En una palabra, gana el beneficio de la duda. Por eso es irónico que mientras la Ciencia intenta proveer una imagen coherente y simple de la Naturaleza, mucha gente encuentra al conocimiento científico inhumano y muy difícil de entender.

Es muy lamentable que esta situación sea particularmente grave entre los jóvenes. La cisura entre Cultura tradicional y Cultura científica se hace cada vez más profunda en sucesivas generaciones y si no se actúa adecuadamente, cada vez será más remota la posibilidad de unirlas en una única Cultura que las abarque.

La Ciencia o la Tecnología no van de la mano de la deshumanización de la sociedad como tratan de convencernos ciertos agoreros opuestos al avance del conocimiento. Aquéllos cuya incomprensión los lleva a pasar de sensaciones a-científicas a una verdadera y nefasta actitud anti-científica.  Muchos de ellos proponen la vuelta a la sencillez primitiva y “no encender la televisión”, en una revalorización de la Edad Media.  El que la televisión se use también para malinformar (o desinformar) y manipular ideológicamente a los ciudadanos, no significa que los avances científico-tecnológicos que la hicieron posible sean deshumanizantes. No son los productos del conocimiento los que provocan la deshumanización sino el uso que de esos avances hace el poder dominante de la sociedad, precisamente para evitar que el conocimiento científico trascienda y posibilite la toma de decisiones sobre bases racionales. Si la sociedad incluye a la Ciencia entre sus valores culturales, conseguirá evitar que minorías poderosas sigan utilizando al conocimiento en su contra. Podrá así estar alerta sobre los peligros que a veces aparecen por el mal uso de la Ciencia y la Tecnología. Y, además, podrá proponer alternativas válidas y posibles y no soluciones mágicas o milagrosas a sus problemas.

Surge de inmediato preguntarse si es posible revertir la falsa imagen de la Ciencia que tiene la sociedad y conseguir que ésta la adopte como uno de sus bienes. Si es posible que cuando deba tomar decisiones, el ciudadano común en lugar de leer el horóscopo, organice su vida y su pensamiento recurriendo en la medida de lo posible al método científico. Que perciba por ejemplo que es posible enterarse de las pseudo-predicciones del Tarot o de las inútiles de los horóscopos por medio de teléfonos con conexión satelital, pero no se puede diseñar un teléfono celular consultando a las pseudo-ciencias como la astrología...

 

 

Se trata sin duda de un problema cultural. La sociedad que es, en general, analfabeta científica, describe los fenómenos usando lo que podría llamarse el lenguaje de la calle. Con éste se hace muy difícil, si no imposible, transmitir el conocimiento científico. La ignorancia de los padres, luego de los maestros y finalmente de los medios de difusión en general, está en la base de esa restricción de lenguaje. Y no solamente de lenguaje, sino también del entrenamiento imprescindible para escuchar, entender y digerir un discurso lógico con premisas y conclusiones como lo es el de la Ciencia. Los científicos tampoco hacen el esfuerzo necesario para trascender socialmente. Muchas veces aducen que los requerimientos y las complicaciones laborales del día a día les ponen pesadas barreras, otras que el esfuerzo de difusión no es adecuadamente valorado. Como consecuencia de ello, la sociedad no percibe que los, pocos, científicos que existen a su alrededor son parte de ella y por lo tanto no acompaña sus esfuerzos ni siente satisfacción por sus logros. Comparemos, por ejemplo, con la resonancia que tienen los triunfos deportivos, los premios cinematográficos y aún los eventuales éxitos literarios de nuestros compatriotas.

            Los lectores de periódicos pueden constatar que el suplemento de Ciencia y Tecnología, si existe, aparece siempre separado del de Cultura. Además se habrá observado que mientras la sección cultural tiene presencia diaria, el suplemento científico, si aparece, lo hace una vez por semana y está generalmente dedicado a impactos tecnológicos. Los medios masivos de comunicación contribuyen también, por ingenuidad o por razones comerciales, a profundizar la falsa dicotomía entre Ciencia y Cultura.  Se crea y se potencia entre el gran público la idea de que la comprensión de los temas científico-tecnológicos está reservada a un pequeño grupo de especialistas, entre otras cosas, aislados y aburridos...

            La actividad científica carece de vigen­cia social. No se ha conseguido que la sociedad tenga a sus científicos como adali­des del saber, como consulto­res que usan el conoci­miento cientí­fico que poseen, o pueden obtener, para dar sus respues­tas. La causa nos parece de nuevo clara: la Ciencia no participa de la Cultura. No es que está devaluada sino que nunca tuvo valor.

Las “verdades” científicas no son reveladas sino que surgen de contrastar teorías y modelos con datos de la Naturaleza. Por ello son limitadas, condicionadas y relativas. La grandeza de la Ciencia está precisamente en que no puede ofrecer un espacio donde reina  la certeza absoluta aunque su aporte al conocimiento es esencial y trascendente. La Ciencia está basada en la objetividad, no en la creencia, permitiendo que los fenómenos adquieran una definición racional, una descripción coherente y universal al independizarla del hombre particular que hace la observación o la teoría. El científico es libre de formular cualquier pregunta, de dudar de cualquier aseveración, de buscar nuevas evidencias y de corregir cualquier error. Por otra parte, y sin pretender entrar en discusiones estériles sobre cualquier tipo de creencias religiosas necesarias a un conjunto grande de personas, sólo queremos poner de manifiesto la incompatibilidad entre un dogma, cualquiera que fuese, y el conocimiento científico. Vale la pena recordar aquí a Goethe 3  quien decía: “aquél que posee arte y ciencia tiene religión; quien no las posee, necesita religión”...

A pesar de todo existen caminos para potenciar la presencia de la Ciencia en todos los niveles de la sociedad. El esfuerzo no es pequeño, pero puede surgir por ejemplo de incrementar el protagonismo del Profesor Univer­sitario dedicado con exclusividad a la enseñanza, a la inves­tiga­ción de lo que enseña y a la divulgación de lo que estu­dia. La sociedad lo necesita así y lo debería exigir.

            Destaquemos también algunas de las dificultades para esa inclusión necesaria de la Ciencia dentro del patrimonio de la sociedad toda. A pesar de la impactante unidad de formulación, la Ciencia presenta una diversidad innegable. En Ciencia, la comprensión de las grandes ideas fundamentales, la visión de conjunto no es suficiente para su desarrollo. Los detalles que son precisos y muy particulares deben ser conocidos, bien conocidos. La multitud de ellos da lugar inevitablemente a la especialización, creciente en nuestros días. Esta especialización hace que la comunicación entre los diferentes actores sea difícil. Esa dificultad de comunicación, que ciertamente opera no sólo entre distintas disciplinas científicas como la Física, la Química o la Biología, es igualmente fuerte dentro de cada campo individual. El enorme y fabuloso desarrollo de la Ciencia ha creado ineludibles divisiones. Como consecuencia ha dejado de ser un tema particularmente atractivo para mucha g común ente, dando lugar a ese analfabetismo científico en la sociedad que señalamos. La Ciencia como elemento constitutivo de la Cultura del hombre de hoy, el conjunto de lo aprendido, ha casi desaparecido. Sin embargo, la práctica científica es, o debería ser, parte de la Cultura no sólo en el sentido intelectual sino también en el antropológico. Si bien los actores de la Ciencia muchas veces no se comprenden fácilmente entre ellos, poseen patrones y actitudes comunes de comportamiento y modos compatibles de acercarse a los problemas. Esto circula a niveles profundos y de manera transversal a posiciones políticas o ideológicas.  Casi sin pensarlo, los poseedores de actitud científica responden de manera similar. Este es precisamente el significado de una Cultura. Esta Cultura que debería ser adquirida y vivida por la sociedad.

Debemos conseguir que la sociedad identifique a la Ciencia entre sus valores culturales.  La Ciencia no termina en las tecnologías que surgen de su desarrollo, las que a veces pueden ser responsables, por ejemplo, del incremento del desempleo que va de la mano de la globalización de la economía. Es también la única vía para resolver este problema al proveer educación racional a todos los ciudadanos, quienes al adquirir una formación de base adecuada podrán estar preparados para recibir las tecnologías de punta, convivir con ellas y encontrar mecanismos para que aparezcan soluciones originales. No existe camino más democrático para borrar las desigualdades sociales que el que pasa por una adecuada educación de base que incluya a la Ciencia.

Aquí cabe otra observación para reflexionar. Una pregunta generalizada a los actores de la Ciencia es ¿para qué sirve lo que se está investigando? Ella siempre aparece en las esporádicas entrevistas a científicos y tecnólogos.  Es notable que el mismo tipo de preguntas no está presente en las, esta vez sí, frecuentes entrevistas a futbolistas o actores. Por ello debemos convenir también que los científicos necesitan mejorar sustancialmente su tarea de comunicación para explicar qué hacen y por qué lo que hacen importa a todos. Las políticas científicas también descuidan este aspecto fundamental al no exhortar a los actores de la Ciencia a comunicar más y mejor. Esta comunicación no debe ser sólo con el público en general sino también, y quizás preponderantemente, con el Parlamento y todos los estamentos de gobierno.

Hay que obtener también el reconocimiento político. Pero ese reconocimiento de la importancia innegable de la Ciencia y la Tecnología no se logra colocándolas en una oficina próxima a la presidencia, dependiente de la percepción y fundamentalismos del presidente de turno y de las presiones económicas circunstanciales. Lo imprescindible es garantizar la continuidad de apoyo sostenido de toda la sociedad, pero por convicción. Ella debe aprender a requerirlo así como desea seguridad y empleo.

Debemos también hablar conjuntamente de Ciencia y Arte. Tradicionalmente Ciencia y Arte son vistas, de alguna manera, como actividades dicotómicas: o se es científico o se es artista. He aquí otra manifestación del divorcio Ciencia-Cultura tradicional. El lugar común por Ciencia es decir que se trata de una actividad racional, objetiva, fría, en tanto que el Arte sería subjetivo, irracional, emotivo. Sin embargo esta separación no soporta el menor análisis serio, suena verdaderamente muy superficial. Los científicos para hacer Ciencia usan de su imaginación y de su inspiración en muchas oportunidades. Por el contrario, muchas veces el Arte surge como resultado del agregado, o del desagregado, de partes sobre bases racionales. Entonces, Arte y Ciencia son nada más que diferentes formas de la creatividad. Por lo tanto podemos decir que Arte y Ciencia son realmente complementarias.

Si bien la Ciencia constituye lo que llamaríamos un libro cerrado para la mayoría de la sociedad, tiene una influencia decisiva no solamente en la tecnología que domina lo cotidiano, sino también en la generación de puntos de vista. En efecto, hacer Ciencia implica desconfiar severamente de los argumentos de autoridad. De hecho las autoridades (científicas y de las otras) deben, o deberían, demostrar sus opiniones como todos los demás. Por ello la Ciencia es peligrosa para doctrinas con pretensión de certidumbre. De la misma manera, el Arte, que en cierta medida también puede ser un libro cerrado para muchos, contribuye, o debería contribuir, al proceso de comprensión y aprecio de nuestra propia existencia. Enseña a no aceptar, ni auto-imponerse, límites a la imaginación. Por lo tanto, Arte y Ciencia no son sujetos contradictorios, pero sí complementarios. Un aspecto excluye al otro aunque cada uno contribuye a la comprensión del fenómeno como un todo. La experiencia artística parece envanecerse cuando los fenómenos son explorados científicamente y viceversa. Es claro que no se puede experimentar simultáneamente el contenido estético de una sonata y preocuparse por los procesos neurofisiológicos del cerebro ligados a la audición. Sin embargo se puede cambiar a voluntad de una a otra experiencia. Convengamos también que aunque a alguien en particular le alcance con una u otra visión del problema, ambos aspectos son necesarios para tomar contacto total con la realidad de los fenómenos.

            A pesar de resaltar la complementariedad parece también de interés señalar algunas diferencias importantes entre Ciencia y Arte. En primer lugar debemos insistir en que existe el progreso científico pero no existe el progreso en el Arte. En efecto, la evolución del conocimiento científico puede ser evaluada. Por ejemplo, la teoría de la gravitación de Einstein es un paso adelante ya que hay un aumento del conocimiento respecto de la teoría de la gravitación de Newton. Por otra parte, debemos admitir que no hay ningún parámetro que permita decir que una escultura gótica es mejor que una románica. Puede sí haber un incremento de sofisticación, otros medios de expresión, otras posibilidades técnicas. Sólo eso.

            Otra diferenciación que merece destacarse se refiere al propio mecanismo de creación. La creación artística original permanece como la presentación más efectiva de sus contenidos y valores. Ciertamente es absurdo repetir un poema con nuestras propias palabras. En la Ciencia, por otro lado, lo importante de la creación es el contenido y en general sucede que éste se aclara en presentaciones posteriores. La obra de arte representa, en general, una entidad personal transmitida y reinterpretada por otros: la obra abierta. Contrariamente, una comprensión científica es una entidad impersonal que surge, en general, de la abstracción de múltiples experiencias individuales.

            Así como el Arte, hoy la Ciencia debería formar parte de lo aprendido. La ignorancia de las leyes que definen la estructura atómica, del papel de Darwin en la biología o de la importancia del ADN debería ser considerada tan negativa para la vida plena como el desconocimiento de Cervantes, Mozart o Picasso. Preguntar sobre el contenido de la segunda ley de la Termodinámica debería ser equivalente a preguntar si se conoce “Fuenteovejuna”...

            Hay todavía una advertencia válida. A veces se encuentra que filósofos o cultores de las humanidades usan expresiones científicas con el afán de complicar el discurso o tratando de impresionar al lector. Debido a que en general la Ciencia no forma parte real de la propia cultura del autor, muchas veces lo hacen de manera incorrecta o imprecisa.  Este aspecto ha sido puesto de manifiesto de manera grotesca por el reciente “affaire Sokal” 4  que desnudó la práctica, de ciertos afamados intelectuales, consistente en arrojar al lector palabras que suenan a conocimiento científico pero en un contexto donde no poseen ninguna pertinencia.

            Convengamos como corolario que debemos conseguir que la sociedad perciba y tome conciencia de que está perdiendo algo fundamental: el conocimiento y la práctica de la Ciencia. No hay duda de que quien experimenta la Ciencia, la ideología científica, toma contacto con una fuente inagotable de sorpresas y de caminos nuevos que se abren. La alternativa científica debe formar parte de las opciones de vida de todo ciudadano ya que propende a su libertad. Por otra parte, los científicos deberían también participar en forma directa en la solución de los problemas sociales aportando el pensamiento científico que nos enseña, en primer lugar, que no hay fórmulas mágicas para atacar esos problemas. La Ciencia avanza cuando aceptamos nuestra ignorancia y abrimos las puertas a las dudas. Ninguna componente del conocimiento es absolutamente cierta. La Ciencia siembra libertad y es esencialmente democrática por cuanto su objetividad garantiza la igualdad a priori de oportunidades. Con la Ciencia entre su bagaje cultural, el hombre evita comportamientos sectarios y de exclusión racial y de género. A propósito vale recordar el reciente análisis de Sánchez Mora sobre lo que ha hecho la Ciencia por las mujeres donde presenta argumentos irrefutables para sostener: “porque si hay alguna herramienta que ha apoyado la emancipación de las mujeres, ha sido la Ciencia”.

            En fin, al haber olvidado la componente Ciencia en la Cultura, el hombre contemporáneo no consigue, ni desea, comprender la revolución científica y tecnológica en que vive.

            Los países con estructura industrial-científica son cada vez más ricos y los que no la poseen cada vez más pobres. La separación se ensancha día a día, potenciada en muchos casos por la superpoblación que aqueja fundamentalmente a los últimos. Pero no alcanza con generar una atmósfera tecnológica que se transforma fácilmente en mística. El paso imprescindible que se debe dar es con referencia especial a la Ciencia.

Separar la Ciencia de la Cultura es como separar la Naturaleza de la Cultura. Cerrar la brecha entre las pretendidas culturas diferenciadas es imprescindible no sólo desde un punto de vista teórico y principista sino también desde el más práctico que se pueda imaginar. Si se mantiene separado el desarrollo de los aspectos que tradicionalmente han sido llamados artísticos y humanísticos del de aquellos científicos, la sociedad no será nunca capaz de pensar y decidir con sabiduría, de completar el conocimiento. No podrá mejorar su vida intelectual, no sabrá como defenderse eficientemente de los peligros de cualquier especie que puedan presentarse, no conseguirá poner en juego métodos útiles para desterrar la pobreza de su seno. En fin, la educación que es la base indiscutible de cualquier desarrollo social realmente válido y trascendente, nunca será plena y verdadera si la cisura que hemos descrito no se cicatriza.

 

Notes:

1 C.P. Snow, “The Two Cultures and the Scientific Revolution”, Cambridge University Press 1964.

G. Steiner, “Nostalgia del Absoluto”, Siruela, Madrid 2001.

3 J. W. Goethe, escritor alemán (1749-1832) que además de “Fausto” y “El Joven Werther” produjo trabajos científicos de envergadura como “La Metamorfosis de las Plantas” (donde introdujo el concepto de morfología) y “La Teoría de los Colores”.

4 A. Sokal y J. Bricmont, “Imposturas Intelectuales”,  Paidós-Transiciones, Barcelona 1999.

5 A.M. Sánchez Mora, “Lo que ha hecho la ciencia por las mujeres”, La Jornada, México 4/6/2001.