¿Qué son las dimensiones "extra"?
La existencia de
dimensiones espaciales más allá de las tres habituales ha rondado la
mente humana desde los albores del pensamiento racional, aunque tales
especulaciones estuvieran imbricadas en las creencias religiosas o
míticas. Por ejemplo, a partir de las consideraciones acerca de los
distintos grados de contemplación de la divinidad por parte de las
almas tras la muerte, surgió la idea acerca de los siete cielos,
abriéndose así el camino hacia la multiplicidad del espacio,
aunque fuera celestial.
Desde el punto de vista de la ciencia y filosofía occidental, la idea
acerca del espacio fue basculando, a medida que iba perfeccionándose
la descripción cualitativa del movimiento de los cuerpos, desde una
concepción aristotélica corpórea y continua - donde el espacio poseía
un significado de lugar o topos - hasta una noción más
abstracta, como un marco de referencia idealizado y prácticamente
inmaterial donde tenían lugar los acontecimientos físicos. Así, el
poeta latino Tito Lucrecio, seguidor y defensor del atomismo de Epicuro,
en su obra De rerum Natura distinguía netamente entre el
recipiente espacial, pasivo e inmutable, y su contenido material, los
átomos de materia que por él se movían. Sin embargo, el concepto
epicúreo (y aristotélico también en este sentido) del espacio difería
del comúnmente aceptado por la física clásica de la Edad Moderna al
suponerlo dotado de una dirección preferente: la "vertical".
Curiosamente, el cristianismo situó el infierno en el centro de la
Tierra, un lugar privilegiado por representar nada menos que el centro
del Universo.
Hubo que esperar hasta el siglo XVII para la introducción, por
parte de Newton, de la noción del espacio absoluto como un sistema de
referencia inercial inmaterial en donde las leyes del
movimiento se podían expresar en su máxima simplicidad. En sus Principia, se
establece claramente su concepción del espacio como un medio
homogéneo que existe independientemente de su contenido físico: “El
espacio absoluto, en su propia naturaleza, permanece siempre similar e
inmóvil”. Aunque las leyes de la mecánica habían de ser las mismas en todos los
sistemas inerciales, aquel referencial asociado al espacio absoluto
estaba en reposo mientras que los demás, en cambio, se caracterizaban
y distinguían del “privilegiado” por una cierta velocidad uniforme no
nula.
Por otro lado, al interpretar la luz como una onda mecánica, se supuso
que el espacio absoluto estaba lleno de éter. Éste elemento debía
tener unas extraordinarias propiedades mecánicas: ser mucho más
liviano que el aire pero, por otra parte, mucho más rígido que el
acero para asegurar que la velocidad de propagación luminosa fuera muy
elevada.
La noción del espacio como un abstracto recipiente inmóvil lleno de
éter, perduró incuestionada durante un largo período de tiempo con la
notable excepción del filósofo y obispo Berkeley en el siglo XVIII,
quien al criticar el concepto de movimiento absoluto, sentaba las
bases del relativismo cinemático en la filosofía, que luego habría de
ejercer una considerable influencia sobre el pensamiento del físico
Ernst Mach, y finalmente Albert Einstein. Los célebres experimentos de
Michelson y Morley de finales del siglo XIX, al intentar medir la
velocidad de la Tierra con respecto al éter, y por tanto con respecto
al espacio absoluto, y su (entonces) sorprendente resultado sobre la
constancia de la velocidad de la luz, puso en cuestión los conceptos
mismos de espacio y tiempo absolutos.
Por otro lado, la geometría euclídea
(desarrollada de manera axiomática en el siglo III a.C. en los
Elementos de Euclides) fue asociada de “forma natural” al espacio
habitual tridimensional durante cerca de dos milenios, en consonancia
con las comprobaciones empíricas llevadas a cabo y, además, acorde con
la intuición más común. Tanto es así que el filósofo Inmanuel Kant
consideraba el espacio euclídeo como un concepto a priori del
entendimiento, previo a la experiencia, en su obra fundamental
Crítica de la razón pura de 1781.
Las geometrías no euclídeas fueron descubiertas por Lobachevski
en 1835, y Bolyai tres años más tarde. La geometría
riemaniana apareció veinte años después, considerando además
espacios abstractos con un número indeterminado de dimensiones. Sin
embargo, la formulación de la física en un espacio tridimensional euclídeo permaneció como un paradigma hasta la adopción por Einstein,
a comienzos del siglo XX, de la geometría riemaniana para el
espacio-tiempo cuadridimensional y su relación con la distribución de
materia en la teoría de la relatividad general.
¿Por qué introducir
dimensiones adicionales en física?
Para encontrar el
primer intento científico conocido de poner en cuestión el carácter
tridimensional del espacio hay que remontarse hasta el año 1914,
cuando el físico Guntar Nordström sugirió la posibilidad de
generalizar las conocidas ecuaciones de Maxwell a cinco dimensiones,
describiendo conjuntamente la gravedad y el electromagnetismo cuando
se expresaban en las cuatro (tres espaciales + una temporal)
dimensiones habituales. Su trabajo pasó, no obstante, totalmente
desapercibido hasta fechas recientes, por lo que el matemático Theodor
Kaluza en 1919 volvió a plantear la existencia de una nueva dimensión
espacial totalmente ajeno a la labor pionera de Nordström. Kaluza
escribió una carta a Einstein exponiéndole su teoría, aunque la
respuesta tardó dos años en llegar aconsejando al fin su publicación
en una revista científica. La razón subyacente de la propuesta es que,
una vez considerada su curvatura para dar cuenta de la gravitación,
ya “no da más de sí” para poder incluir a otras fuerzas de un modo
similar.
En aquel entonces sólo habían sido identificadas dos interacciones
básicas: la gravitación y el electromagnetismo, que precisaría de una
nueva dimensión para poderla explicar geométricamente en base a
curvaturas. En tal sentido, Kaluza había demostrado que las
ecuaciones de Einstein, formuladas en cinco dimensiones, pueden dar
lugar a la gravitación y al electromagnetismo cuando son contempladas
desde cuatro. La quinta (extra) dimensión espacial se identificaba
como un círculo de radio presumiblemente pequeño, “ortogonal” al
subespacio tridimensional ordinario. Además, los signos positivo y
negativo de la carga eléctrica se corresponderían con las dos
posibilidades de recorrer el círculo: en el sentido de las agujas del
reloj o en contra suya, lo cual añadía un atractivo teórico al
formalismo.
En 1926 Oskar Klein, partiendo de las ideas de Kaluza, las cuales,
pese a su carácter revolucionario se enmarcaban dentro de la física
clásica, intentó proporcionarles un mayor significado físico aplicando
la teoría cuántica. En consecuencia, obtuvo para la quinta dimensión
un tamaño típico del orden de la longitud de Planck, es decir,
extraordinariamente pequeño. Aunque el propio Einstein estaba
fascinado por la concepción de un espacio-tiempo pentadimensional,
insistiendo una y otra vez por ese camino en su infructuoso intento de
llegar a una teoría del campo unificado, tal línea de investigación se
abandonó en parte por las remotísimas posibilidades de detección
experimental. Sólo unos pocos físicos más, entre los cuales destacan
Jordan y Bergman, siguieron a Klein, quien por cierto consiguió llegar
a una formulación cercana a la de Yang-Mills sobre campos vectoriales.
De todos modos, las posibilidades de una quinta dimensión no se
reconocieron plenamente hasta la aparición de las llamadas teorías
de cuerdas surgidas en la década de los 80 del pasado siglo XX.
Teoría de cuerdas y
nuevas dimensiones espaciales
El paradigma actual de
la física de partículas, el llamado Modelo Estándar, ha sido
verificado con una extraordinaria precisión, aunque no resulte
totalmente satisfactorio en algunos aspectos fundamentales. Una de sus
pegas esenciales consiste en la imposibilidad de formular una teoría
cuántica de la interacción gravitatoria en dicho marco. El proceso
conocido como renormalización en teoría cuántica de campos, que
permite obtener resultados finitos directamente comparables con las
medidas experimentales, y que se aplica con sorprendente éxito a las
otras tres fuerzas básicas de la naturaleza (débil, electromagnética y
fuerte), pierde su validez al aplicarlo al dominio de la gravitación
donde el papel de los campos clásicos es jugado por las coordenadas
espacio-temporales.
En la búsqueda de un nuevo formalismo que pueda superar este grave
inconveniente, la teoría de cuerdas (del inglés string
theory) proporciona un esquema de trabajo adecuado y riguroso para
incorporar los efectos gravitacionales cuánticos en una teoría de
campos generalizada. Así, los elementos básicos de la materia –quarks
y leptones- dejan de ser descritos como partículas puntuales, estando
en cambio dotados de una cierta extensión espacial (aunque ciertamente
minúscula). El origen de la teoría de las cuerdas data de los años
1970, al suponerse a los hadrones compuestos por quarks y/o antiquarks
unidos por “cuerdas”, de modo que el espectro hadrónico pudiera
interpretarse mediante sus modos de vibración, estiramiento, rotación,
etc, como en el caso de las estructuras moleculares en relación con
los átomos.
La
teoría inicial se desarrolló posteriormente adquiriendo la cuerda un
carácter más fundamental y las partículas asociadas tanto a la materia
como a la interacción se pudieron interpretar como sus modos de
excitación. Además, la incorporación de la llamada supersimetría
dio lugar al nacimiento de las supercuerdas, cuyo
significado exacto va más allá del objetivo de este artículo
Digamos sólo brevemente que esta teoría proporciona una solución al
denominado problema de la jerarquía dentro de la física de
partículas. Dicho problema es consecuencia de la existencia de dos
escalas de energías o masas muy diferentes: la escala electrodébil,
del orden de 100-1000 GeV (Giga-electronvoltios) frente a la escala de
Planck (10^19 GeV). Las masas de partículas a escalas altas
desestabilizan virtualmente los resultados de observables a la escala
presente requieriéndose un ajuste muy fino (utilizando muchas cifras
decimales) en los cálculos. Pues bien, la teoría de las supercuerdas
provee un medio para incorporar de un modo no forzado –natural- las
correcciones cuánticas, por ejemplo, en la masa del Higgs.
Ahora bien, la teoría de las (super)cuerdas precisa de la existencia
de más dimensiones de las habituales para ser formulada de una manera
consistente siendo necesario un mínimo de diez dimensiones espaciales
en el caso más simple. Sin embargo, para evitar un conflicto con la
observación empírica que tan sólo ha mostrado la existencia de tres,
las dimensiones extra han de ser convenientemente “compactificadas”,
de un modo semejante a como lo había imaginado Kaluza y Klein.
Por otro lado, los objetos elementales ya no tienen necesariamente
carácter puntual como en la teoría cuántica de campos convencional,
sino que pasan a generalizarse mediante el concepto de branas.
Dicho vocablo procede de membrana y describe un objeto extenso de
dimensión p denominado p-brana. Así existirían partículas puntuales
cuando p=0, cuerdas si p=1, membranas para p=2, etc.
Dimensiones
espaciales adicionales “grandes”
Desde el trabajo pionero de Klein, las posibles dimensiones
adicionales en el espacio tridimensional ordinario siempre habían sido
supuestas extraordinariamente reducidas, compactificadas según
minúsculos radios (del orden del inverso de la escala de Planck:
10^-33 cm) y por tanto fuera del alcance de cualquier observación
directa. Expresado en términos de los aceleradores, la escala de
compactificación equivale a 10^19 GeV, mucho más que la mayor de
energías alcanzable en los colisionadores más poderosos en la
actualidad, y futuros durante muchas generaciones probablemente, o en
las colisiones de aquellos rayos cósmicos más energéticos.
Sin embargo, en una serie de artículos recientes (iniciados en 1998)
los científicos Arkani-Hamed, Dimopoulos y Dvali (ADD) han propuesto
una teoría donde se contempla la posibilidad de la existencia de una o
más dimensiones espaciales adicionales que podrían no ser tan
pequeñas. Antes al contrario, al introducir una nueva escala
fundamental comparable a la escala electrodébil, el tamaño del volumen
del espacio extra (llamado bulk en inglés) podría ser
sorprendentemente grande, incluso en términos absolutos, del orden de
los submúltiplos del milímetro. Naturalmente, una hipótesis tan osada
(aunque bien fundamentada matemáticamente) produce un cierto
escepticismo inicial pues surge la duda de porqué no han sido
observadas todavía .
Por otro lado, sin embargo, la existencia de nuevas dimensiones
espaciales podría explicar la razón por la que la gravitación es tan débil
comparada con las otras interacciones fundamentales al suponer que
sólo la primera podría propagarse a través del bulk pero tan
sólo a muy corta distancia. En consecuencia, únicamente en las proximidades
de una masa, las líneas del campo gravitatorio presentes en las
dimensiones adicionales se harían manifiestas, y merced a un teorema
debido al gran matemático alemán Carl Friedrich Gauss (1777-1855), la
magnitud de la fuerza se incrementaría entonces notablemente. Sería
posible entonces que las intensidades de las cuatro interacciones se
hicieran comparables abriendo las puertas a su eventual unificación,
el sueño inalcanzado de Einstein. ¿Podrían haber escapado las
dimensiones adicionales a la detección experimental hasta hora
pudiéndose, en cambio, ponerse de manifiesto en futuros –pero no
lejanos- experimentos?
Detección
experimental de las nuevas dimensiones espaciales
En
realidad, la conocida ley de la gravitación -que predice una
disminución de la intensidad de la fuerza según la inversa del
cuadrado de la distancia a la fuente del campo- formulada por Isaac
Newton hace más de tres siglos y que ha se ha mostrado
extremadamente útil para explicar y predecir los movimientos
astronómicos y multitud de fenómenos habituales sobre la corteza
terrestre ¡no ha sido comprobada hasta el presente con exactitud por
debajo del milímetro! En la actualidad, se están efectuando
experimentos de gran precisión para detectar alguna desviación de la
anterior ley del cuadrado de la distancia que permita descubrir -o
descartar- la existencia de dimensiones adicionales del orden del
milímetro o submúltiplos.
Ahora bien, existen otros procedimientos para la detección de este
tipo de “nueva física” basados en colisiones de haces de protones
acelerados en los grandes colisionadores como el ya operativo
Tevatron en Fermilab de Chicago, o el LHC (acrónimo de
Large Hadron Collider) actualmente en fase avanzada de
construcción en el CERN en Ginebra. Una de las ideas consiste en que
durante las interacciones entre los constituyentes de la materia a muy
altas energías. se pueden producir partículas llamadas gravitones (que
son los cuantos de la fuerza gravitatoria como los fotones lo son de
la electromagnética) que podrían “escapar” de nuestro espacio
tridimensional (en lenguaje más especializado: nuestra brana)
hacia las dimensiones extra (el bulk) donde se perdería su
observabilidad mediante los detectores y aparatos de medida, cuyo
rango operativo está limitado exclusivamente a “nuestro mundo”. A
pesar de ello, se podrían hallar indicios determinantes acerca de la
existencia de tales procesos pues los gravitones, al evadirse dejarían
una clara huella: el “sacrosanto” principio de conservación de la
energía/momento lineal dejaría de cumplirse. En efecto, pongamos como
ejemplo un clásico choque entre dos bolas de billar, donde no se
concibe que una de las bolas salga despedida lateralmente a gran
velocidad en una dirección sin que la otra compense el momento lineal
(también llamado cantidad de movimiento) mediante un movimiento en
sentido opuesto.
Del mismo modo, en el mundo subatómico, donde siguen vigentes las
misma leyes cinemáticas que en el juego de billar, es imposible que
exista un chorro de partículas en una dirección determinada sin que
haya un balance de energía-momento en el sentido opuesto. Pero,
precisamente, ahí radica la posibilidad de detectar el escape de un gravitón muy energético “desapareciendo” en el bula; entonces,
a un observador en nuestra brana tridimensional le parecería
que el principio de conservación de la cantidad de movimiento citado
dejaría de verificarse. Por tanto, una señal experimental en los
colisionadores acerca de la existencia de las dimensiones adicionales
consistiría en la observación de algunos monojets (chorros
concentrados de partículas muy energéticas) entre los millones de
colisiones normales, sin que existan jets en la dirección opuesta.
Ese sería uno de los objetivos científicos del gran colisionador de
protones que se está construyendo en el Laboratorio Europeo de Física
de Partículas (CERN) en Ginebra.
Miguel Ángel Sanchis
Lozano