ASTRONOMíA Y MAGIA
EN LA CORTE DEL REY SABIO
Eduardo Ros

 

 


El premio Nobel de Física de 1979 fue concedido a S.L.GIashow, A.Salam y S.Weinberg por sus notables contribuciones al llamado 'Modelo Estándar' de la interacción electrodébil entre partículas elementales.. Abdus Salam comienza su discurso de recepción del premio [1] con esta inesperada evocación:

'Hace 760 años , un joven llamado Michael emprendió viaje desde su Escocia natal hacia España, para estudiar en las universidades árabes de Toledo y Córdoba , donde había profesado durante la generación anterior el más importante de los pensadores judíos, Moisés ben Maimón[2]. Michael llegó a Toledo en 1217 con el ambicioso proyecto de introducir los escritos de Aristóteles en la Europa cristiana, pero no traduciendo los originales griegos, sino partiendo de las versiones en árabe que por entonces circulaban en la Península Ibérica. Posteriormente se trasladó a la corte del emperador Federico II en Sicilia, donde tradujo los dos grandes cánones de la medicina medieval, el de Al-Razi y el de Avicena (...). Quisiera empezar mi discurso con una sincera expresión de gratitud hacia los equivalentes modernos de aquellas universidades de Toledo y Córdoba, como son la actual universidad de Cambridge, el Imperial College y el Centro Internacional de Trieste, en todos los cuales he tenido el privilegio de desarrollar mi actividad científica.'

Nunca dejará de fascinarnos la brillante civilización que floreció durante el medievo en aquella encrucijada de culturas que algunos llamaban Al-Andalus, otros Sefarad. y otros finalmente Reino de Castilla. Una civilización que se encuentra tan lamentablemente ausente de los manuales de historia que hemos estudiado en la escuela. Sería también inútil buscar en los textos científicos que manejamos actualmente referencia alguna a los sabios de Toledo y Córdoba que menciona Salam, así como a los escritos que pudiesen haber legado a la posteridad. Curiosamente, donde más posibilidades hay de obtener información sobre los mismos es en los libros de arte y en particular en aquellos que tratan de manuscritos medievales y renacentistas. Así por ejemplo, en el reciente libro 'Art, Liturgy and Legend in Renaissance Toledo' escrito por Lynette Bosch |3], se nos ilustra sobre la célebre Escuela de Traductores que se creó en Toledo tras la conquista de la ciudad por las tropas de Alfonso VI en el año 1085. Gracias a sus conocidas habilidades lingüísticas, los judíos toledanos jugaron de forma eficiente el papel de puente entre las culturas árabe y cristiana. Las traducciones del árabe al latín que efectuaron los miembros de la Escuela, muchas veces pasando primero por el naciente castellano, se diseminaron por toda Europa constituyendo los cimientos del posterior resurgimiento renacentista.

El más conocido de los traductores de la Escuela, Gerardo de Crernona (1114-1187), tradujo más de 90 obras de autores griegos y árabes, incluyendo el Almagesto de Ptolomeo y el Canon de Medicina de Avicena. Otros traductores documentados durante la época dorada de la Escuela, que puede situarse en los siglos XII y XIII, son Juan Hispano, Marcos de Toledo. Juan de Toledo (Salomón ben Arit Alcoitin) y Juan de Luna (Salomón ben David). Son igualmente conocidos los extranjeros como Daniel de Morlay, Alexander Neckam, Alfredo de Sareskel y Michael Scotman, también llamado Duns Scotus, que aparece mencionado pn el discurso de Salam. Entre las obras traducidas se encuentran numerosos tratados científicos y filosóficos de autores árabes como Al-Kindi. Al-Farabi, Avicena, Al-Gazzali y Averroes, así como de sus antecesores griegos Aristóteles, Euclides, Ptolomeo, Galeno e Hipócrates [4]. Para comprender la importancia de la labor desarrollada por la Escuela, hay que tener en cuenta que las obras de los clásicos griegos y latinos habían desaparecido casi completamente del mundo occidental durante la Edad Media. La biblioteca del rey de Francia, por poner un ejemplo, no contaba con más de 400 volúmenes hacia 1300, lo mismo que la biblioteca del monasterio de Cluny, uno de los más ricos de la cristiandad. Por comparación, la ciudad de Bagdad contaba con 36 bibliotecas públicas antes de su destrución por los tártaros en 1258, las bibliotecas de El Cairo sobrepasaban los 100000 ejemplares, y las del Califato de Córdoba los 400000.

Uno de los monarcas que más contribuyeron al florecimiento cultural de la ciudad de Toledo fue sin duda Alfonso X el Sabio (1221-1284), cuya labor de fomento de la actividad científica está afortunadamente bien documentada gracias a varios manuscritos salidos del scriptorium real que se han logrado conservar [5]. En lo que respecta a los códices de astrología, disponemos del Lapidario (Bibl. Escorial h.I.15) sobre las propiedades de las piedras, obra que se amplió posteriormente con el Libro de las formas e imágenes que están en los cielos, más conocido por Tablas del Lapidario (Bibl. Escorial h.I-16) y que data de 1279. De los primeros años del reinado de Alfonso deben de ser los dos códices de astronomía conservados en la Biblioteca Nacional de Madrid, el Libro conplido de los judizios de las estrellas (ms. 3065) de Alí ben Ragel y el Libro de las cruces (ms. 9294) de Oneydalla, que data de 1259. Estas dos obras fueron traducidas del árabe al castellano por Yehuda Al-Cohen; uno de los pocos científicos de la corte real cuyo nombre nos sea conocido. Relacionable con estos manuscritos es el códice conocido como Picatrix que se conserva en la Biblioteca Vaticana (Reg.lat. 1283) y también la compilación de los Cánones de Albateni conservada en la Biblioteca del Arsenal de París (ms. 8322). Finalmente, Alfonso emprendió durante su reinado la confección de una especie de enciclopedia de todos los conocímientos astronómicos de la época, se trata del Libro del saber de la astronomía del cual ha sobrevivido un ejemplar que data de 1277 y se conserva actualmente en la Universidad Complutense de Madrid (ms. 156).

La editorial valenciana GRIAL ha publicado recientemente en cuidada edición facsímil el códice de la Biblioteca Vaticana conocido como Picatrix [6]. La obra editada contiene unos 40 folios que imitan el pergamino del original y está escrita en letra gótica con numerosas capitales decoradas de delicadas filigranas que recuerdan sin duda alguna las obras del taller alfonsí. La obra contiene igualmente numerosas miniaturas de indudable interés pero cuya calidad artística parece inferior a las del espléndido Libro del Axedrez, dados e tablas (Bibl. Escorial T.I.6) o a las que aparecen en los diversos ejemplares de las célebres Cántigas de Santa María (Bibl. Escorial T.I.1 y b.I.2, y Biblioteca Nacional de Florencia B.R.20), todas las cuales se suelen fechar hacia 1280, es decir al final del reinado de Alfonso. El texto de la obra editada por GRIAL está escrito en lengua vernácula, es decir un castellano que nos sería prácticamente imposible de entender sin la ayuda de la correspondiente transcripción. La obra debuta por lo que hoy día llamaríamos un 'horóscopo', concretamente por el correspondiente a los nacidos bajo el signo de Tauro, que aparece a estos efectos dividido en 30 grados. Para los nacidos en el primer grado donde sube un omne que trahe un toro, se pronostica que El qui nasciere. en el será lazrado e trabajador e amará el mundo, y así sucesivamente hasta completar los demás grados y constelaciones. En el excelente libro de comentarios que acompaña la obra, se nos explica en detalle el contenido de la misma, en realidad un tratado de magia o nigromancia astrológica, que se dice compilado por Norbar el Árabe en el siglo XII. a partir de las enseñanzas del sabio indio Kancaf y de su discípulo Sirez de Babilonia. La obra se enmarca dentro de la tradición del Corpus Hermeticum, cuyos textos se remontan a una religión secreta surgida en ambientes helenístico-egipcios en los siglos II ó III d.J.C. Dicha tradición se prolongaría hasta el final de la Edad Media, cuando todavía vemos al célebre humanista florentino Marsilio Ficino traduciendo al latín los Libros Teosóficos atribuidos a Hermes Trismegisto. Todo esto parece muy alejado de lo que hoy llamaríamos conocimiento científico pero, como advierte el propio comentario, la linea divisoria entre astronomía y astrología era muy tenue en esa época, por no decir inexistente. y al hilo de la lectura del manuscrito nos aparecen detalles cuyo interés no deja de sorprendernos. Así por ejemplo, en el folio 27v aparece el siguiente cuadrado mágico asociado al planeta marte

 

11
25
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3
5
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4
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1
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23
6
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2
14

 

que contiene los números enteros de 1 a 25 ordenados de tal manera de las sumas de filas, columnas y diagonales sean siempre iguales (65 en el caso presente). Cada planeta posee su cuadrado correspondiente, construido por
matemáticos helenísticos seguramente tras efectuar complicadas combinaciones numerológicas que se asemejaban posiblemente a lo que hoy conocemos como álgebra de matrices. Los números del cuadrado anterior tal vez tengan algo que ver con los periodos y armónicos de la rotación del 'planeta rojo' alrededor de la Tierra, un tema que todavía no ha sido investigado suficientemente. Como se ha indicado anteriormente, las constelaciones del Zodíaco aparecen al principio de la obra divididas cada una en 30º y cada grado aparece asociado a un símbolo. Así por ejemplo en el primer grado de Tauro aparece un toro, tradicionalmente asociado a la estrella Aldebarán. De la misma forma la mujer con una espiga del 7° de Virgo corresponde a la estrella Spica, la cola de oso del 29° de Virgo a Benetnasch, el guardián del 1° de Libra a Arcturus y el pastor del 9° de Tauro a Nath. Estas observaciones permiten situar las estrellas mencionadas en la bóveda celeste, pero curiosamente la posición indicada no se corresponde con la que ocupan actualmente. Utilizando un programa de ordenador que calcule las coordenadas de las estrellas teniendo en cuenta el movimiento del polo terrestre, se llega a la conclusión de que la posición indicada en el códice es la que ocupaban éstas unos 650 años a.C., es decir en plena edad de oro de la ciencia astrológica babilónica y antes de que el griego Tales de Mileto se atreviera a predecir su primer eclipse. Estos datos parecen por tanto confirmar que al menos algunas de las partes del códice se remontan nada menos que a la antigua Babilonia. Vernos así la ciencia de los caldeos, preservada por árabes y judíos de Toledo, progresando lentamente camino de las universidades centroeuropeas donde unos tres siglos más tarde los Copérnico, Tycho Brahe y Kepler la convertirían en la ciencia moderna que conocemos actualmente.

[1] Ahdus Salam, -Gauge unification of fundamental forces'. Nobel Lecture 1979. Se puede consultar por ejemplo en http://nobelprize.org/physics/laureates/1979
[2] Moises ben Maimón, conocido también como Maimónides, nació en Córdoba en 1135 y murió en Egipto en 1202. Fue la figura intelectual mas prestigiosa del judaismo medieval. Debido a las persecuciones a que fueron sometidos los judíos en esa época, se refugio en Fez hacia 1159 y posteriormarte alcanzaría la fama como médico personal del sultán en la corte de El Cairo. Parece por tanto dudoso que pudiera haber enseñado en Toledo o .en Córdoba.
[3] Lynette bosch, 'Art, Liturgy an Legend in Renaissance Toledo', The Pennsylvania State University, 2000.
[4] Los pensadores y científicos griegos y latinos son bien conocidos en la cultura occidental, pero no ocurre lo mismo con los que proceden del mundo musulmán. Al-Kindi  (801-873) y AI-Farabi (870-950) se hicieron célebres en la corte del califa de Bagda.g. el primero como matemático y el segundo como filósofo. El médico mas célebre de la Edad Media fue sin duda el persa Ibn Sina (980-1037). conocido en occidente como Avicena. Otro médico famoso fue el cordobés Ibn Rushd (1126-1198), llamado Averroes, también pensador aristotélico conocido por las famosas polémicas que lo enfrentaron a otro gran filósofo, el persa Al-Gazzali (1058-1111).
[5] Manuel Sánchez Mariana, 'El libro en la Baja Edad Media en el Reino de Castilla'. Publicado dentro de 'Historia ilustrada de los manuscritos españoles", Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Madrid, 1993.
[6] Tratado de Astrología y Magia de Alfonso X el Sabio, Ediciones Grial, Valencia, 2001. Comentarios de C.Alvar y D.Santos.