ASTRONOMíA Y MAGIA |
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'Hace 760 años , un joven llamado Michael emprendió viaje desde su Escocia natal hacia España, para estudiar en las universidades árabes de Toledo y Córdoba , donde había profesado durante la generación anterior el más importante de los pensadores judíos, Moisés ben Maimón[2]. Michael llegó a Toledo en 1217 con el ambicioso proyecto de introducir los escritos de Aristóteles en la Europa cristiana, pero no traduciendo los originales griegos, sino partiendo de las versiones en árabe que por entonces circulaban en la Península Ibérica. Posteriormente se trasladó a la corte del emperador Federico II en Sicilia, donde tradujo los dos grandes cánones de la medicina medieval, el de Al-Razi y el de Avicena (...). Quisiera empezar mi discurso con una sincera expresión de gratitud hacia los equivalentes modernos de aquellas universidades de Toledo y Córdoba, como son la actual universidad de Cambridge, el Imperial College y el Centro Internacional de Trieste, en todos los cuales he tenido el privilegio de desarrollar mi actividad científica.' Nunca dejará de fascinarnos la brillante civilización
que floreció durante el medievo en aquella encrucijada de culturas
que algunos llamaban Al-Andalus, otros Sefarad. y otros finalmente Reino
de Castilla. Una civilización que se encuentra tan lamentablemente
ausente de los manuales de historia que hemos estudiado en la escuela. Sería
también inútil buscar en los textos científicos que
manejamos actualmente referencia alguna a los sabios de Toledo y Córdoba
que menciona Salam, así como a los escritos que pudiesen haber legado
a la posteridad. Curiosamente, donde más posibilidades hay de obtener
información sobre los mismos es en los libros de arte y en particular
en aquellos que tratan de manuscritos medievales y renacentistas. Así
por ejemplo, en el reciente libro 'Art, Liturgy and Legend in Renaissance
Toledo' escrito por Lynette Bosch |3], se nos ilustra sobre la célebre
Escuela de Traductores que se creó en Toledo tras la conquista de
la ciudad por las tropas de Alfonso VI en el año 1085. Gracias a sus
conocidas habilidades lingüísticas, los judíos toledanos
jugaron de forma eficiente el papel de puente entre las culturas árabe
y cristiana. Las traducciones del árabe al latín que efectuaron
los miembros de la Escuela, muchas veces pasando primero por el naciente
castellano, se diseminaron por toda Europa constituyendo los cimientos del
posterior resurgimiento renacentista. El más conocido de los traductores de la Escuela,
Gerardo de Crernona (1114-1187), tradujo más de 90 obras de autores
griegos y árabes, incluyendo el Almagesto de Ptolomeo y el Canon de
Medicina de Avicena. Otros traductores documentados durante la época
dorada de la Escuela, que puede situarse en los siglos XII y XIII, son Juan
Hispano, Marcos de Toledo. Juan de Toledo (Salomón ben Arit Alcoitin)
y Juan de Luna (Salomón ben David). Son igualmente conocidos los extranjeros
como Daniel de Morlay, Alexander Neckam, Alfredo de Sareskel y Michael Scotman,
también llamado Duns Scotus, que aparece mencionado pn el discurso
de Salam. Entre las obras traducidas se encuentran numerosos tratados científicos
y filosóficos de autores árabes como Al-Kindi. Al-Farabi,
Avicena, Al-Gazzali y Averroes, así como de sus antecesores griegos
Aristóteles, Euclides, Ptolomeo, Galeno e Hipócrates [4].
Para comprender la importancia de la labor desarrollada por la Escuela,
hay que tener en cuenta que las obras de los clásicos griegos y latinos
habían desaparecido casi completamente del mundo occidental durante
la Edad Media. La biblioteca del rey de Francia, por poner un ejemplo, no
contaba con más de 400 volúmenes hacia 1300, lo mismo que la
biblioteca del monasterio de Cluny, uno de los más ricos de la cristiandad.
Por comparación, la ciudad de Bagdad contaba con 36 bibliotecas públicas
antes de su destrución por los tártaros en 1258, las bibliotecas
de El Cairo sobrepasaban los 100000 ejemplares, y las del Califato de Córdoba
los 400000. Uno de los monarcas que más contribuyeron
al florecimiento cultural de la ciudad de Toledo fue sin duda Alfonso X el
Sabio (1221-1284), cuya labor de fomento de la actividad científica
está afortunadamente bien documentada gracias a varios manuscritos
salidos del scriptorium real que se han logrado conservar [5]. En lo que
respecta a los códices de astrología, disponemos del Lapidario
(Bibl. Escorial h.I.15) sobre las propiedades de las piedras, obra que se
amplió posteriormente con el Libro de las formas e imágenes
que están en los cielos, más conocido por Tablas del Lapidario
(Bibl. Escorial h.I-16) y que data de 1279. De los primeros años del
reinado de Alfonso deben de ser los dos códices de astronomía
conservados en la Biblioteca Nacional de Madrid, el Libro conplido de los
judizios de las estrellas (ms. 3065) de Alí ben Ragel y el Libro de
las cruces (ms. 9294) de Oneydalla, que data de 1259. Estas dos obras fueron
traducidas del árabe al castellano por Yehuda Al-Cohen; uno de los
pocos científicos de la corte real cuyo nombre nos sea conocido. Relacionable
con estos manuscritos es el códice conocido como Picatrix que se conserva
en la Biblioteca Vaticana (Reg.lat. 1283) y también la compilación
de los Cánones de Albateni conservada en la Biblioteca del Arsenal
de París (ms. 8322). Finalmente, Alfonso emprendió durante su
reinado la confección de una especie de enciclopedia de todos los conocímientos
astronómicos de la época, se trata del Libro del saber de la
astronomía del cual ha sobrevivido un ejemplar que data de 1277 y
se conserva actualmente en la Universidad Complutense de Madrid (ms. 156).
La editorial valenciana GRIAL ha publicado recientemente en cuidada edición facsímil el códice de la Biblioteca Vaticana conocido como Picatrix [6]. La obra editada contiene unos 40 folios que imitan el pergamino del original y está escrita en letra gótica con numerosas capitales decoradas de delicadas filigranas que recuerdan sin duda alguna las obras del taller alfonsí. La obra contiene igualmente numerosas miniaturas de indudable interés pero cuya calidad artística parece inferior a las del espléndido Libro del Axedrez, dados e tablas (Bibl. Escorial T.I.6) o a las que aparecen en los diversos ejemplares de las célebres Cántigas de Santa María (Bibl. Escorial T.I.1 y b.I.2, y Biblioteca Nacional de Florencia B.R.20), todas las cuales se suelen fechar hacia 1280, es decir al final del reinado de Alfonso. El texto de la obra editada por GRIAL está escrito en lengua vernácula, es decir un castellano que nos sería prácticamente imposible de entender sin la ayuda de la correspondiente transcripción. La obra debuta por lo que hoy día llamaríamos un 'horóscopo', concretamente por el correspondiente a los nacidos bajo el signo de Tauro, que aparece a estos efectos dividido en 30 grados. Para los nacidos en el primer grado donde sube un omne que trahe un toro, se pronostica que El qui nasciere. en el será lazrado e trabajador e amará el mundo, y así sucesivamente hasta completar los demás grados y constelaciones. En el excelente libro de comentarios que acompaña la obra, se nos explica en detalle el contenido de la misma, en realidad un tratado de magia o nigromancia astrológica, que se dice compilado por Norbar el Árabe en el siglo XII. a partir de las enseñanzas del sabio indio Kancaf y de su discípulo Sirez de Babilonia. La obra se enmarca dentro de la tradición del Corpus Hermeticum, cuyos textos se remontan a una religión secreta surgida en ambientes helenístico-egipcios en los siglos II ó III d.J.C. Dicha tradición se prolongaría hasta el final de la Edad Media, cuando todavía vemos al célebre humanista florentino Marsilio Ficino traduciendo al latín los Libros Teosóficos atribuidos a Hermes Trismegisto. Todo esto parece muy alejado de lo que hoy llamaríamos conocimiento científico pero, como advierte el propio comentario, la linea divisoria entre astronomía y astrología era muy tenue en esa época, por no decir inexistente. y al hilo de la lectura del manuscrito nos aparecen detalles cuyo interés no deja de sorprendernos. Así por ejemplo, en el folio 27v aparece el siguiente cuadrado mágico asociado al planeta marte
que contiene los números enteros de 1 a 25
ordenados de tal manera de las sumas de filas, columnas y diagonales sean
siempre iguales (65 en el caso presente). Cada planeta posee su cuadrado
correspondiente, construido por [1] Ahdus Salam, -Gauge unification of fundamental
forces'. Nobel Lecture 1979. Se puede consultar por ejemplo en http://nobelprize.org/physics/laureates/1979
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