FÍSICA Y CAZA DE BRUJAS EN TORNO A 1930

 

Eduardo Ros

 

 

EL PREGONERO: Yo Galileo Galilei, profesor de matemáticas y de física en Florencia, abjuro de lo que he enseñado, que el sol y no la tierra es el centro del mundo. Abjuro, execro y maldigo con sinceridad y fe no fingidas todos esos errores y herejías, así como cualquier otro pensamiento contrario a la Santa Iglesia.

ANDREA: Desgraciado el país que carece de héroes.

GALILEO: No, desgraciado el país que necesita héroes.

                                                                       Bertolt Brecht, Vida de Galileo

 

 

                         

Werner Heisenberg                                    Johannes Stark

 

 

Nunca es fácil explicar por qué una ciudad se convierte de repente en capital del mundo intelectual, como le ocurrió a Berlín durante un corto periodo de tiempo entre 1919 y 1933, sucediendo al Londres victoriano y a la Viena de fin de imperio. Este periodo tan brillante de la capital prusiana coincide con la vigencia del régimen político que los historiadores han designado como ‘República de Weimar’[1].

Según testimonio generalizado, en el Berlín bullicioso de entreguerras destacaron en primer lugar las artes escénicas. Se cuentan en efecto no menos de tres salas de ópera, unos cincuenta teatros, un centenar de cabarets y más de trescientos cines. Al frente de cada compañía de ópera encontramos a un reputado director de orquesta: Erich Kleiber en la Ópera Nacional de Unter den Linden, Bruno Walter en la Ópera Municipal de Charlottenburg y Otto Kemperer en la Krolloper de la Plaza de la República. Pero Berlín contaba también con su prestigiosa Filarmónica bajo la dirección de Wilhelm Furtwängler y la Escuela de Composición de la Academia de Prusia dirigida por Arnold Schönberg. En el campo teatral sobresale en primer lugar el gran actor Max Reinhart, fundador del Deutsches Theater y luego del Grosses Schauspielhaus. Su competidor más directo es el Teatro Nacional de Prusia donde alcanzaría justa fama Leopold Jessner, mientras que desde la Volksbühne se ofrece el teatro políticamente más comprometido de Edwin Piscator. Al lado de las grandes compañías coexisten numerosos pequeños teatros. En ellos haría sus primeras armas un Bertolt Brecht recién llegado de provincias, y alcanzaría finalmente el éxito de la mano del músico Kurt Weill. En los cabarets de la  ‘Kudam’, célebres por sus shows de travestidos, se oían las melodías de Tucholsky y Holländer, popularizadas posteriormente gracias a las grabaciones de Marlen Dietrich. Esta proliferación teatral tiene su continuidad natural en el séptimo arte donde encontramos antiguos directores de teatro convertidos en conocidos directores de cine como Ernst Lubitsch, Friedrich Wilhelm Murnau o Fritz Lang. Surgen por todas partes estudios cinematográficos en Tempelhof, Weissensee, Tiergarten y Babelsberg. La sociedad Universumfilm, más conocida como UFA, produce a principio de los años veinte más películas que todo el resto de Europa, aunque esta actividad frenética sería poco a poco absorbida por los grandes estudios de Hollywood que acabarían atrayendo a los mejores actores y directores berlineses.

En el campo de las artes plásticas surge el llamado ‘Grupo Noviembre’, con los pintores Georg Tappert y Max Pechstein, representantes de los últimos coletazos del expresionismo. Pero pronto aparece como reacción una corriente de realismo cáustico conocida como ‘Neue Sachlichkeit’ cuyos representantes más conocidos son Otto Dix y Georg Grosz. Aunque sin alcanzar la fama de sus homólogos vieneses, los cafés berlineses son el punto de encuentro de animadas tertulias literarias. En el Romanisches Café se reúnen escritores de la talla del dramaturgo Bertolt Brecht, el escritor y periodista vienés Joseph Roth, el pacifista Erich Maria Remarque y el novelista Alfred Döblin, cuyo monumental ‘Berlin Alexanderplatz’ se convertiría en la obra literaria más emblemática del Berlín de esta época. El espíritu centroeuropeo tuvo otro distinguido representante en Berlín en la persona de Odon von Horvath, inmenso autor teatral aunque hoy día algo olvidado. Otra importante personalidad ligada a la ciudad fue Heinrich Mann, llamado por el gobierno de Prusia para presidir la sección de poesía de la Academia de Bellas Artes.

La Universidad de Berlín conoció también por entonces su época más brillante, en particular en el campo de las ciencias aplicadas, hasta el punto de ser conocida como ‘Oxford sobre el Spree’. Un estudiante que iniciara la licenciatura de física en los años veinte, se encontraría sucesivamente con profesores de la talla de Max Planck, Albert Einstein, Max von Laue y Walter Nernst, todos ellos galardonados con el Premio Nobel[2]. Pero el caso de Berlín no era ni mucho menos único en Alemania, y otras universidades como Götingen o Munich brillaban con luz propia. Así encontramos a Arnold Sommerfeld y a Wilhelm Wien en Munich, a Max Born y James Franck en Göttingen, a Philipp Lenard en Heidelberg, Johannes Stark en Würzburg, Gustav Hertz en Halle, Otto Stern en Hamburgo, Walter Gerlach en Frankfurt y Hans Geiger en Kiel[3]. El relevo de estas grandes figuras de la física estaba además asegurado por la aparición de nuevos talentos. La llegada de un jovencísimo Werner Heisenberg y del holandés Peter Debye a Leipzig en 1927 convierte muy pronto esta universidad provinciana en uno de los principales focos de desarrollo de la física cuántica, al mismo nivel que Zurich o Copenhague. En el mismo Berlín, la cátedra de Max Planck encuentra ese mismo año un digno sucesor en la figura de Erwin Schrödinger[4].  

Si las causas de la eclosión de este vivero intelectual no son fáciles de explicar, la razón de su súbito y trágico final se encuentra sin duda alguna en la ascensión de Adolf Hitler al poder, en enero de 1933, y en las leyes racistas que fueron subsiguientemente promulgadas. En el mes de abril de ese mismo año, la llamada ‘ley de restauración del servicio civil’ ordenaba la expulsión de todos los funcionarios que no fueran de origen ario, incluyendo más de 1600 universitarios y entre ellos un centenar de físicos. Fue así como la universidad alemana perdió a figuras de la talla de Einstein, Franck, Born y Stern, y lo que es peor, a alguno de los mejores jóvenes talentos como Hans Bethe, Rudolf Peierls, los húngaros Eugene Wigner, Edward Teller y Leo Szilard, el suizo Felix Bloch y el austriaco Otto Frisch. Otros como Schrödinger prefirieron marcharse por razones políticas[5]. La facultad de física de Berlín fue una de las más afectadas ya que perdió un tercio de sus efectivos. El caso más grave fue sin embargo el de la Universidad de Göttingen, que quedó reducida a la nada en dos de los campos en que más había destacado, física y matemáticas. Muchos de estos científicos expulsados acabarían refugiándose en los Estados Unidos y es curioso observar que entre ellos se encuentran algunos de los principales impulsores del proyecto americano para fabricar una bomba atómica, conocido como ‘Proyecto Manhattan’[6].

Podría pensarse que tras esta sangría la física alemana había quedado reducida a cenizas, pero lo cierto es que no fue así. Quedaron suficientes mentes brillantes para enzarzarse en una feroz y disparatada polémica sobre la superioridad de una supuesta ‘física alemana’ sobre las nuevas teorías judaizantes, léase teoría de la relatividad y física cuántica. Por un lado estaban Lennard y Stark, enfervorizados partidarios de la ideología nazi, y por otro Planck, Laue y Heisenberg que aunque dispuestos a contemporizar con el nuevo régimen, no tenían por supuesto la intención de renunciar a la física moderna. La polémica alcanzó su punto culminante con motivo de la elección de un sucesor a la cátedra de física teórica de Munich, tras anunciar Sommerfeld su retiro en 1935 por cumplir los 65 años reglamentarios. Se presentaron dos ternas, una defendida por el propio Sommerfeld, encabezada por Heisenberg, y otra compuesta por tres aspirantes mediocres pero adictos al nuevo régimen. En circunstancias normales Heisenberg habría sido elegido sin ninguna dificultad, pero la situación se complicó inesperadamente al aparecer en una revista del partido nazi un artículo vitriólico escrito por Stark, donde se acusaba a Heisenberg de ‘judío blanco’. Este comportamiento rencoroso de Stark se entiende mejor si se recuerda que Gerlach fue elegido para suceder a Wien en la cátedra de física experimental de Munich, precisamente por recomendación de Sommerfeld. Stark se estimaba con más méritos para ocupar este puesto y nunca perdonaría a las personas responsables de su marginación. Su enfurecimiento llegó a tales extremos que decidió abandonar toda actividad académica para dedicarse a hacer experimentos en el garaje de su casa, con el resultado que cabe esperar. Finalmente, el decano de la facultad de Munich se decantó prudentemente por la terna de adictos al régimen y dentro de ella por el candidato menos cualificado, un tal Wilhelm Müller, cuyo nombre no ha sido retenido por la historia de la ciencia. Pero lo más sorprendente fue el proceso a que fue sometido Heisenberg con motivo de estos acontecimientos.

Heisenberg había decidido de forma bastante temeraria apelar al propio Reichsführer de las SS, el siniestro Heinrich Himmler, y este ordenó una investigación a fondo del caso. Fue así como, además de propagar ideas contrarias al orden nacional-socialista, Heisenberg se vió acusado nada menos que de sodomía. Según las investigaciones de la Gestapo, el sabio gustaba de rodearse de chicos jóvenes, y en cuanto a su súbito matrimonio reciente, era solo una tapadera para ocultar se conducta desviada. La acusación era muy peligrosa, ya que el artículo 175 del código penal alemán calificaba de crimen los actos contra natura y podía conducir al reo de forma fulminante a un campo de concentración. En realidad hay que situar el origen de la acusación en el desconocimiento por parte de la Gestapo del funcionamiento de un departamento universitario de física: los chicos jóvenes eran simplemente los visitantes, ayudantes y estudiantes de doctorado de Heisenberg, entre los cuales se encuentran por cierto no pocos nombres ilustres: Felix Bloch, Isidor Rabi, Lev Landau, Edward Teller, John Slater, Friedrich Hund, Hans Euler, Carl Friedrich von Weiszäcker, Rudolf Peierls, Gian Carlo Wick y Victor Weisskopf[7]. En cuanto al matrimonio intempestivo, una lectura atenta de la biografía de Heisenberg[8] permite fácilmente explicar las causas: como muchos en sus mismas circunstancias, Heisenberg no había tenido tiempo de desarrollar una vida sentimental intensa durante su juventud. Fue así como, ya entrado en la madurez, se enamoró perdidamente de Adelaida, la hermana menor de su asistente y amigo Carl Frisedrich von Weiszäcker. Pero esta relación no resultó del agrado del padre de la novia, el muy aristocrático barón Ernst Weiszäcker, quien decidió poner fin al idilio casando a su hija con un conde[9]. Es más bien en este desengaño amoroso y en el deseo de olvidar lo ocurrido donde hay que buscar las causas de su rápido noviazgo con Elisbeth Schumacher, con la cual tendría once hijos.

Aunque los documentos del proceso desaparecieron durante la guerra, es seguro que Heisenberg debió sufrir largos y penosos interrogatorios en los sótanos del cuartel general de la Gestapo situados en Prinz-Albert Strasse 8, un lugar de triste recuerdo para las víctimas del nazismo. ¿Estaríamos en presencia de un nuevo caso Galileo? En absoluto. Ya había observado Marx muy acertadamente que la historia no suele repetirse, y en caso de hacerlo la tragedia se convierte en comedia. En efecto, el proceso no pasó de una farsa sin consecuencias ya que entre los investigadores de las SS se encontraba un antiguo alumno de Heisenberg, un tal Mathias Jules, por entonces estudiante de doctorado de von Laue, quien logró exonerar a su antiguo profesor de toda culpa[10]. En julio de 1938, Heisenberg recibió una carta personal del propio Hemmler informándole de que quedaba limpio de toda sospecha, aunque eso no le sirviese de nada en el asunto de la cátedra de Munich. No son por tanto estos hechos los que inspirarían a Brecht a la hora de escribir su magistral ‘Vida de Galileo’, sino otro acontecimiento contemporáneo de importancia capital en la historia del siglo XX, el descubrimiento de la fisión del uranio efectuado por Otto Hahn y Fritz Strassmann en el instituto Kaiser Wilhelm de Berlín en diciembre de 1938. Brecht, exiliado en Dinamarca por aquellas fechas, tuvo cumplidas noticias del suceso a través de la prensa. Un suceso en cuyos desarrollos posteriores el propio Heisenberg estaba destinado a jugar un importante papel de protagonista[11].


 

[1] Son numerosos los textos que tratan de la ciudad de Berlín en este periodo. Para escribir estas líneas me he basado en el libro ‘Berlín 1919-1933, gigantisme, crise sociale et  avant-garde: l’incarnation extrême de la modernité’, serie de artículos dirigida por L. Richard, Editions Autrement (Paris, 1991)

[2] Max von Laue fue premio Nobel en física en 1914 por sus trabajos de difracción de rayos X, Max Planck en 1918 por la radiación de cuerpo negro y Albert Einstein en 1921 por el efecto fotoeléctrico. Walther Nernst obtuvo el premio Nobel de química en 1920 por sus trabajos de termodinámica aplicada a la química.

[3] Philip Lenard obtuvo el premio Nobel de física en 1905 por sus estudios sobre los rayos catódicos, Wihelm Wien en 1911 por la radiación térmica, Johannes Stark en 1919 por el efecto de los campos eléctricos sobre los espectros atómicos, James Franck y Gustav Herz en 1925 por las colisiones de electrones con átomos, Otto Stern en 1943 por la medida del momento magnético del protón y Max Born en 1954 por sus trabajos sobre mecánica cuántica.

[4] Werner Heisenberg obtuvo el premio Nobel de física en 1932 por sus trabajos sobre mecánica cuántica, lo mismo que Edwin Schrödinger en 1933 por su teoría atómica. Peter Debye obtuvo el premio Nobel de física en 1936 por sus estudios de estructura molecular.

[5] Hans Bethe obtuvo el premio Nobel de física en 1967 por sus cálculos sobre producción de energía en las estrellas, Eugene Wigner en 1963 por sus aplicaciones de los principios de simetría y Felix Bloch en 1952 por sus trabajos sobre la precesión magnética del espín nuclear.

[6] Estos datos proceden del libro: R.Rhodes, ‘The making of the atomic bomb’,  Simon&Shuster (1986).

[7] Isidor Rabi obtuvo el premio Nobel de física en 1944 por sus técnicas de medida de las propiedades magnéticas de los núcleos y Lev Landau en 1962 por sus estudios sobre materia condensada. Felix Bloch ha sido ya citado anteriormente.

[8] D. Cassidy, ‘Uncertainty, the life and science of Werner Heisenberg’ Freeman (1992).

[9] Ernst von Weiszäcker fue durante la guerra secretario de estado en el ministerio de asuntos exteriores dirigido por von Ribbentrop, además de embajador alemán en el Vaticano. Después de la guerra sería juzgado y depurado. Su hijo Carl Friedrich, después de hacer numerosas contribuciones en física, entre ellas la célebre fórmula para las masas nucleares, abandonaría la física por la filosofía, convirtiéndose en uno de los intelectuales más prestigiosos de la República Federal Alemana. Su otro hijo Richard acabaría siendo el presidente de la misma. En cuanto al marido de Adelaida, el capitán Botho-Ernst zu Eulenberg, moriría en combate en el frente ruso.

[10] Mathias Jules trabajó con Heisenberg durante la guerra y le ayudó a salir de algún otro mal paso con la Gestapo. En justo retorno, sería ayudado con motivo de las depuraciones de antiguos nazis al finalizar la guerra.

[11] T. Powers, ‘Heisenberg’s war: the secret history of the german bomb’, Da Capo Press (1993).