(EL PAIS, 3-Septiembre-1990)
José A. de Azcárraga Feliu
El autor sostiene que el debate entre astrólogos y astrónomos tiene muchos aspectos de la antigua polémica entre religión y ciencia. En su opinión, el reflorecimiento de la astrología y otras doctrinas `falaces e inútiles', dice, sólo sirve para que médiums y quirománticos abusen de la angustia y credulidad humanas.
Desde hace algunos años, astrólogos, quirománticos y otros futurólogos desarrollan una ofensiva en los medios de comunicación sin que, hasta ahora, se haya dado el saludable contrapeso crítico. Hace poco, sin embargo, los astrofísicos españoles han roto una lanza en favor del buen sentido con la publicación de su manifiesto.
La reacción que ha suscitado esta proclama permite esclarecer los verdaderos términos del debate entre astrología y astronomía. No se trata aquí de dos teorías científicas que compitan por describir mejor un fenómeno. Por el contrario, la renuncia de la astrología al método empírico confiere a la discusión muchos aspectos de la vieja polémica entre religión y ciencia, aunque la ciencia goce ahora del poder y la religión esté reemplazada por el credo astrológico.
Y, naturalmente, es difícil rebatir lo que no es más que una profesión de fe. Pues el rasgo definidor de muchos partidarios de la astrología es precisamente su deseo de creer, que les hace inmunes al fracaso experimental de sus predicciones y, por tanto, a la esencia del método científico. Esa fe suele ir acompañada de un rechazo a la ciencia, a la que censuran su incapacidad de satisfacer las aspiraciones de los hombres. Su actitud puede suscitar comprensión y hasta simpatía, pero la ciencia -al menos la ciencia pura- se ocupa de las leyes de la naturaleza, no de la felicidad humana.
La astrología fue, en su origen, algo inevitable. Tras comprobar que el Sol determina las estaciones, y éstas las cosechas, era natural admitir el influjo de los astros sobre el hombre. Pero de reconocer algún efecto -nuestro ritmo vital es consecuencia del periodo de rotación de la Tierra, por ejemplo- a sostener que nuestro destino está influido por los astros media un gigantesto salto al vacío.
Doctrinas falaces
Tales generalizaciones son hoy insostenibles: hace siglos que la astronomía se separó de la astrología, como la química lo hizo de la alquimia. A pesar de ello, hoy reflorecen la astrología, el tarot, el I Ching y otras doctrinas tan falaces como inútiles. Médiums y quirománticos se arropan con títulos misteriosos, expedidos por universidades fantasmas -nunca mejor dicho- para llenar sus consultorios abusando de la angustia y de la credulidad humanas. La actidud de los medios de comunicación, cuando no su complicidad, resulta lamantable. Se mide, por ejemplo, el tiempo que la televisión dedica a cada partido político. Sin embargo, y ante audiencias que se cuentan por millones, se emiten programas dedicados al horóscopo y al tarot sin que ninguno de ellos muestre el debido escepticismo.
Y cuando excepcionalmente se establece un debate, como uno lejano de TVE, sobre astrología, se enfrenta un firmante del manifiesto de los astrofísicos a dos astrólogos. Aunque para defender lo evidente, una persona basta: Einstein, criticado por los nazis en el libro Cien autores contra la relatividad, se limitó a comentar: `Si yo estuviera equivocado, un solo autor bastaría'. No debe, pues, sorprender que, alentados por este clima propicio, magos y brujas hayan abierto consultas y tiendas especializadas, aunque -tranquiliza saberlo- sólo para atender buenas causas.
¿Podría ser la astrología una ciencia? Si la astrología es el conjunto de conocimientos que permite precedir los avatares humanos a través de los astros, la respuesta es que no. Decía Leonardo, hace ya 500 años: `No me ocuparé de la quiromancia, porque en ella no hay verdad... Verás a un gran ejército exterminado en una hora por la espalda, y ninguno de los muertos tendrá en su mano las mismas líneas que el otro'.
Majaderías de futurólogos
La refutación anterior vale obviamente para la astrología; basta sustituir la mano por la carta astral. Hace pocos años, la revista científica Nature (en la que Crick y Watson desentrañaron el código genético) publicó una experiencia realizada con un grupo de prestigiosos astrólogos británicos: el número de aciertos en sus predicciones estuvo muy por debajo del que estadísticamente debía producirse.
Este elemental experimento puede repetirlo cualquiera sin más que leer la prensa, y debería bastar para desacreditar a la pléyade de futurólogos que nos bombardean con majaderías o con trivialidades que qualquier ciudadano informado puede prever por sí mismo. ¡Qué oportunidad han perdido los astrólogos para predecir la caída del muro de Berlín! Si los astros se molestan en advertir a cada individuo de su destino, las precauciones adoptadas para anunciar la llegada de la perestroika, que afecta a más de 400 millones de seres, han debido ser observables a simple vista. Por lo que se refiere a los supuestos fenómenos paranormales, nunca se ha dado un solo experimento, realizado bajo control científico, y por tanto repetible, que permita afirmar su existencia. Cuando se mencionan experiencias o predicciones fallidas, médiums y astrólogos suelen defenderse señalando que hay muchos intrusos entre ellos. Sería muy útil, para evitar malos entendidos, que ellos mismos desenmascarasen a los impostores, tal como hace la comunidad científica cuando alguien falsea un experimento.
Conviene recordar, además, que la prueba corresponde siempre a quien afirma. Entre tanto, y mientras no se aporte ningún hecho cierto -uno sólo bastaría para empezar-, la astrología, lo paranormal y las ciencias ocultas no merecen otro calificativo que el de dogmas seudocientíficos basados en el error, la superstición y, con demasiada frecuencia, en el fraude.